viernes, 17 de agosto de 2012


Te escribo desde allá para contarte lo que he visto. 

Tuve el cuidado de componerte sólidos recuerdos, para alimentar de a poco a las ausencias, y así, la última de ellas no apesadumbre tanto.

Me permití lamer tus heridas desde mil novecientos, puse plastilina en cada hueso roto, fungí como el último celador de tus temores, me convertí en la bóveda que asila tus voluptuosidades, y desde aquel siglo llevo colmando tu nuez con mi saliva.

Hubo un instante que partió el tiempo, en el que me hiciste llamar La oscura, entonces la miel explotó hasta escurrir los bordes, y alguien más fue invitado.

Es tu Otro al que esperamos? -dijo La oscura
Déjalo pasar! -habló la mano

Saltó a tu cuello algo, alguien, una pequeña criatura. Tus dedos encontraron sus intenciones. Mi aguijón se dirigía certero a tus ventanas, habías enfocado, me solté. Pasé varias veces por tu rostro, y cada vez, tus dientes crujían contundentes sobre mi pequeño cráneo. Reñimos con sonidos propios, rodamos por la tierra, y también por el cielo, hasta trenzar por completo las voluntades que expulsaron nuestros ombligos. 

Salimos de la Gran membrana. Salimos juntos, abrazados del centro, hacia el pantano.